HUMILDAD para sanar el Alma ¡Más felicidad, menos juzgamientos!
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Si queremos ser felices, empecemos por dejar de juzgar. No es una tarea ni aprendizaje sencillo en una sociedad que se alimenta de la vida de los demás y hace de las penas ajenas el centro de su entretenimiento, pero para avanzar y evolucionar como seres humanos tenemos que asumir desafíos a la altura de lo que exigen nuestros valores más civilizados.
En el fondo, cuando juzgamos estamos dejando de lado varios asuntos trascendentales para construir relaciones más saludables y sociedades más justas y equilibradas.
En primer lugar, cuando juzgamos dejamos de reconocer que somos imperfectos, que en esta vida cometemos errores pero que tenemos todo el derecho de reparar y reconducir los malos actos. En segundo lugar, tenemos que recordar que cada persona tiene una historia única frente a la cual somos totales desconocedores de sus deseos e intenciones más profundas y en este sentido, más que juzgar, la vida nos invita a escuchar y comprender al otro en su historia particular y única. Como tercer punto, los juicios nacen, en la mayoría de sus veces, de prejuicios y suposiciones equivocadas que nos impiden ubicarnos en posiciones de mayor apertura y acogida frente a la vida del otro. Finalmente, a veces, juzgamos con la intención, no muchas veces consciente, de sentirnos superiores a los demás o por temor a ser juzgados nosotros mismos.
Lo hermoso de este camino, es que cuando tomamos conciencia y dejamos de lado el juicio, la humildad nos abraza y acompaña en todos nuestros actos. Cuando una persona humilde choca con un obstáculo, está dispuesta a reconocer que ha caído y no busca esconderse ante sí mismo, ante los demás, ni esconder lo que ha sucedido. ¿Por qué? Porque el humilde cuando cae, se reconoce en su fragilidad sin sentir vergüenza y frente a esto busca ayuda, apoyo y se deja orientar. El humilde hace de las relaciones un aprendizaje constante y un motor de cambio permanente.
El humilde sabe dejar de lado su orgullo, acepta la realidad, no sin dolor, pero si con la confianza que esta le trae y deja fluir la vida con confianza y haciéndose cargo de esta, de su historia, de su propia imperfección.
La humildad, como lo decía Confucio, es la base de todas las virtudes, es un poder que se construye y alimenta día a día. Quien practica la humildad, sin vanidad, ejercita la libertad, el amor, la construcción de vínculos más saludables basados en el respeto y la ausencia de juicio. El humilde se hace cargo de sí mismo, pero tiende las manos a quién lo necesita. Sirve porque se sabe unido a los demás y hace con su vida lo mejor que le es posible.
Más que hablar, se requiere saber escuchar, no juzgar y servir para Sanar el ALMA.
Por: Andrés Gaviria, Psicólogo especialista en Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario.