Un vehículo, un Papa en Medellín, una historia de fe sobre ruedas

¿Dónde está hoy el carro en el que se movilizó el papa Francisco durante su visita a Medellín?
Antioquia. El 8 de septiembre de 2017 no fue un día cualquiera. Fue la fecha en la que las lágrimas se mezclaron con los aplausos, en la que los balcones se convirtieron en altares improvisados y las calles de Medellín se llenaron de silencio sagrado. Ese día, el papa Francisco tocó suelo antioqueño. Lo hizo con la sencillez que lo caracteriza, pero con la fuerza simbólica de un pastor que lleva esperanza.

Tras su llegada al aeropuerto José María Córdova de Rionegro, no fue una limusina blindada la que lo esperaba. Fue un Chevrolet Sail negro, de placas FDV094, un vehículo común, sin lujos, con el alma sencilla que tan bien representa al pontífice. Un carro modesto, modelo 2016, perteneciente al Departamento de Policía Antioquia. Fue ese mismo auto el que lo llevó durante más de 35 minutos por la autopista hacia Medellín, entre banderas blancas, pancartas hechas a mano y miles de fieles con los ojos húmedos.
El trayecto hacia el aeropuerto Olaya Herrera, donde se celebraría una multitudinaria misa campal, fue un verdadero camino de fe sobre ruedas. El Papa, sereno, saludaba desde la ventana. Detrás de cada sonrisa, una historia. Detrás de cada mirada, una plegaria. La gente no miraba el carro; miraba el milagro que pasaba frente a ellos. Pero ese vehículo sin pretensiones se convirtió en un símbolo. Fue testigo mudo de un día histórico. Fue altar rodante, capilla sobre ruedas.

Hoy, ese Chevrolet Sail aún existe. No descansa en un museo ni está blindado tras vitrinas. Sigue en manos de la Policía de Antioquia, cumpliendo funciones administrativas, recorriendo calles anónimas, como si no llevara en su historia el recuerdo de haber transportado al Papa de los pobres. Pocos lo reconocen. Pero quien lo sabe, no puede dejar de pensar: “Ahí va el carro del Papa”.
Porque a veces, los objetos más sencillos se convierten en reliquias no por su forma, sino por su historia. Y ese vehículo —humilde, discreto— ya no es solo un carro: es un pedazo de fe con ruedas, una cápsula del tiempo que nos recuerda que, por unas horas, Antioquia fue el corazón del mundo católico. Y que Dios, quizá, también viaja en Chevrolet.
