19 March, 2024
Opinión

Opinión: Hablemos de Aranzazu

Opinión: Hablemos de Aranzazu
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A propósito de la restauración de nuestro máximo escenario cultural, el Teatro Juan de Dios Aranzazu, que sea un motivo el volver al pasado y rememorar quién era este personaje Cejeño de altura nacional.

Viajemos a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, hacia aquellas casas vetustas campesinas bajo el cielo cejeño, de amplios corredores resguardados con chambranas, columnas y macetas colgantes que nos ligan a la infancia irremediablemente, a la memoria de nuestros mayores y la génesis de nuestra idiosincrasia antioqueña. Reconocidas casonas implantadas en este arco montañoso que circunda nuestro valle y que el Capiro custodia silenciosamente.

Fue en una de esas casas señoriales y robustas en el paraje Las Lomitas no lejos de la hacienda El Puesto, residencia mayor de Los González, en donde nació un niño llamado Juan de Dios el 8 de marzo de 1798, hijo de José Maria Aranzazu, un comerciante, natural de los reinos de España y de Maria Antonia González propia de la localidad que en aquel entonces hacía parte de la jurisdicción eclesiástica y civil de San Nicolás de Rionegro y quién tres décadas más tarde sería tía del más insigne cantor de Antioquia, Gregorio Gutiérrez González, primo hermano de Juan de Dios; dos de las figuras más ilustres que vio crecer esta tierra generosa, ambos servidores de la república, sencillos y honrados.

La infancia de Juan de Dios trascurrió en un ambiente familiar cálido, con una estricta educación paterna y un constante cuidado materno en un contexto tan natural como una sinfonía verde que se extendía en recortados horizontes. La bonanza económica de sus familias Aránzazu y González, así como la condición de hijo único varón, permitieron que fuera educado desde la primera infancia con toda solicitud y esmero primero en el seno de su hogar, segundo en Rionegro y finalmente en Bogotá en donde realizó estudios de Derecho en el claustro de San Bartolomé.

Cuenta la historia asentada en la biblioteca de autores colombianos, que Juan de Dios Aranzazu desde muy joven trabajaba para la compañía de comercio de su padre, que tenía sucesivos viajes al exterior siendo aún un menor de edad y lo hacía bajo el cuidado de un criado de la familia llamado Martín. Fue en una de estas travesías con destino a la madre patria de la época (España), que su futuro en tierras ibéricas se frustró por el naufragio de la embarcación en que viajaba ocurrido en alguna distancia de costas mexicanas, por tal acontecimiento el joven neogranadino perdió todos sus recursos representados en onzas de oro, viéndose sometido junto con su criado en una inadvertida pobreza y total dificultad para comunicarse con sus parientes.

Martín se obliga a emplearse como enfardelador para garantizar la subsistencia del infante y la suya. Pronto Aranzazu encontraría empleo como escribano ayudado por la clara, correcta y elegante forma de su letra. Todo un joven de avanzada.

Estas experiencias, sumadas al conocimiento de nuevos núcleos humanos, panoramas sociales y políticos contribuyeron a templar su intelecto y afirmar sus ideales de deseo de libertad de los destinos americanos y el derecho que asistía a las naciones para ser soberanas. Con tal bagaje regresó a Antioquia.

Aranzazu comenzó a padecer una crudelísima enfermedad vertebral, posiblemente una tuberculosis que lo atormentaría hasta su muerte, entre tanto ocurría en territorio Neo granadino el adelantado plan libertador, hay que decir que Antioquia fue sitiada lejos de las cruentas guerras de los pacificadores españoles y tampoco fue teatro de las grandes liadas por causa de las condiciones geográficas en comparación con otras regiones del territorio.

Por causa de su enfermedad no hizo frente a las guerras independentistas, más bien aprovechó su tiempo decididamente en prepararse para contribuir con sus conocimientos y plasmar un territorio organizado, progresista y perdurable.

Frustrado el guerrero, surgió el estadista para conducir los destinos nacionales, ayudando a estructurar la republica en su camino estatal y en la constitución de una nación soberana; pudo haber sido un gran caudillo militar, pero más ganó la patria con su condición de estadista y su servicio civil.

Aranzazu era un frecuente lector que se alternaba entre la literatura, la filosofía, la historia universal y las ciencias económicas, administrativas y políticas dedicándose a esta últimas desde sus 25 años; apoyó en 1829 la rebelión del general José María Córdova y su célebre manifiesto contra la dictadura del Libertador, llegó a ser Gobernador de la provincia de Antioquia entre 1832 y 1836 impulsando la fundación de más de cinco poblaciones y fue presidente de la Republica de la Nueva Granada por encargo, en reemplazo del general Pedro Alcántara Herrán, entre 1841 y 1842.

Vemos pues que la vida de Juan de Dios era muy activa en términos sociales, solida fue su relación con La Ceja como fundador, siendo uno de los líderes que trazó el pueblo a su imagen y semejanza: amplio, recto y claro, siguiendo los imperativos ancestrales creadores de pueblos y aprovechando la existencia de algunas casas en un ángulo del valle más la donación de terrenos realizada por doña María Josefa Marulanda, fijó una trama urbana tan exacta que aún hoy es ejemplar por su simetría y ortogonalidad en el occidente colombiano.

Que sea entonces la restauración del teatro reconocido con su nombre, motivo de toda rememoración y homenaje, que el uso de este bello recinto sirva también para charlar y difundir su legado y el de otros célebres personajes a las nuevas generaciones y por supuesto a nosotros amantes de la historia local.

Columna de Opinión | Cristian Castro López | Arquitecto